Saturday, February 29, 2020

Romero y Rutilio

El Gran Amén” de Peter Bridgman

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El anuncio de la aprobación del martirio del P. Rutilio Grande ha puesto en relieve la amistad entre este nuevo personaje que va rumbo a los altares y el más famoso mártir salvadoreño San Óscar Romero. Los dos eran amigos, y el martirio del ahora venerable P. Grande en 1977 ha llegado a ser visto como el detonante para el martirio de san Romero tres años después. En esta nota veremos que la verdad es una historia de varias capas, que envuelven el misterio de la enigmática amistad entre un obispo conservador y un cura ‘progre’.
La primera toma de la relación entre Romero y Grande viene a través de fuentes como la película “Romero” (1989) en cual el asesinato del sacerdote conmueve tanto al arzobispo que le provoca una “conversión” en su manera de analizar la realidad salvadoreña y lo conduce a su propio martirio. “Es imposible comprender a Romero sin comprender a Rutilio Grande”, afirma monseñor Vincenzo Paglia, el arzobispo postulador romano de la causa de canonización de Romero. Si bien la mayoría de los conocedores del tema consideran que es una exageración decir que la muerte de Grande fue el único factor en la “conversión” de Romero, casi todos reconocen que el asesinato dio un gran impulso a un proceso que ya venía en desarrollo desde muchos años. Como mínimo, le ayudó a Romero reconocer la injusticia de la represión cuando le cayó sobre un sacerdote que conocía y que difícilmente se podía acusar de haber provocado la violencia o haber merecido una muerte tan brutal.
No podemos imaginar al Padre Grande”, dijo Romero a seis meses de su muerte, “odiando, pidiendo venganza, azuzando a la violencia, como se le calumnió. El que lo conoció sabe que aquel corazón era imposible para estos sentimientos de odio, que los vulgares asesinos se pueden imaginar y lo imaginan, en su corazón de sacerdote y de apóstol”. (Homilía del 1 de noviembre de 1977.)
Una segunda forma de analizar la relación entre Romero y Grande es desde el punto de vista interpersonal: dos seres humanos y su amistad. Pero como “La Pareja Extraña” de la obra teatral de Neil Simon, Romero y Grande nos parecen personajes que no deberían ser amigos. Esto es el misterio central de su amistad: Romero se llevó bien con Grande precisamente en un momento en que se enajenó del clero joven progresista en San Salvador, a principios de la década de los 70, y que se enemistó con los jesuitas (Grande era jesuita). El P. Rodolfo Cardenal, SJ, historiador de la causa de beatificación del P. Grande, admite que “no hay muchos datos sobre el desarrollo de la amistad”. Por ende, no se sabe con precisión cómo se conocieron, que cosas tenían en común, y qué fue lo que los unía: “Pero hay evidencia de que [su amistad] era fuerte y profunda”.
En su libro, Rutilio Grande: A Table for All (“Rutilio Grande: Una Mesa Para Todos”), Rhina Guidos presenta a Rutilio y Romero como dos caras de una moneda en cuanto a la Iglesia se refiere. Encarnan a cabalidad las dos corrientes en conflicto en la Iglesia Latinoamericana después del Concilio Vaticano Segundo: Rutilio con su visión amplia y reformista, y Romero con un acercamiento apegado a la jerarquía y la tradición. Sin embargo, el honor, el amor a la Iglesia y la verdadera fidelidad (siendo verdaderamente amigos) los mantiene unidos como a Pironio y Quarracino en Argentina.
Dice José Inocencio "Chencho" Alas, exsacerdote salvadoreño que los conoció a los dos: “El P. Rutilio no tenía barreras ideológicas, con todos era amable y servicial. Era un pastor al igual que San Óscar”.
Un tercer vistazo trata de explicar la relación Romero-Rutilio desde un punto de vista psicológico. Lo explica el P. Cardenal: “Se conocieron en el seminario, cuando los dos pasaban por malos momentos”. Era 1967, y Romero había sido nombrado tanto monseñor como secretario de la conferencia episcopal, trasladado de su provincia natal San Miguel después de veinte años ahí trabajando, a trabajar en la capital San Salvador donde no tenía aliados. El P. Grande le encuentra un lugar en el seminario, operado por los jesuitas, en cual Grande se estaba posicionando para ser el rector. Romero es nombrado obispo y le pide a Grande organizar la ceremonia de ordenación, cosa que hace con tanta atención a los detalles, que Romero, un infame detallista, queda eternamente impresionado. “En momentos muy culminantes de mi vida él estuvo muy cerca de mí y esos gestos jamás se olvidan”, recordaría Romero en sus funerales. (Hom. 14-mar.-1977.)
Sin embargo, Grande provoca al establecimiento con una homilía atrevida y pierde el favor para ser rector, mientras que Romero como obispo auxiliar también encuentra conflictos en su trabajo. Romero termina obispo de un área rural, y Grande pastor de una parroquia marginal. La generosidad de Grande con Romero y la mutua adversidad parece haber ligado a los dos clérigos, y tal vez también la similitud entre Grande y un amigo de la juventud de Romero, Mons. Rafael Valladares, quien también falleció antes de cumplir los 50 años (Valladares vivió a los 48 y Grande a los 49).
Una cuarta lectura, más espiritual pero relacionada a la primera, es la que ve a Grande como un profeta precursor de Romero—se ha hablado de Grande como Juan el Bautista, que anuncia la venida de uno aún más grande que él. El Papa Francisco también habla en términos espirituales cuando se refiere a Romero como “el primer milagro de Rutilio Grande”. El Cardenal Ángelo Amato, ex prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, al beatificar a Romero presentó a los dos mártires como integrantes de un ministerio compartido: después del asesinato de Grande en 1977, “los campesinos estaban ahora huérfanos de su padre bueno y Romero quiso tomar su puesto”. (Homilía, Beatificación, 23 de mayo del 2015.) Romero agarra el lugar de Grande para sustituirlo como el ‘Padre de los Campesinos’. Es una idea que encuentra expresión entre los fieles salvadoreños, que han asegurado escuchar el mismo tono profético de Grande en la prédica de Romero desde que comenzó a denunciar el asesinato. De todos modos, se supone una relación teológica, no solo de causa y efecto en el plano humano, sino que en el encuentro entre el actuar de los hombres y la providencia de Dios.
Finalmente, una quinta vista a la relación entre el P. Grande y el arzobispo Romero se basa en la primera lectura, pero la modifica según la demás información para lograr un análisis integral de los hechos: Sí---Rutilio Grande empujó a mons. Romero a la conversión, pero lo hizo desde antes de su asesinato. O sea, no fue solo la muerte de Rutilio que inspiró a Romero, sino también su vida. De hecho, Rutilio también sufrió su propia “conversión”, dejando la comodidad del seminario para sumergirse en la vida y la causa de los pobres. El mismo Papa Francisco destaca esa opción: “Dejó el centro para ir a las periferias. Fue un grande”. Rutilio también se radicalizó, cosa que se evidencia en su estilo de predicar a través de los años. Pero nunca se apartó de su misión sumamente eclesial: murió en ruta a hacer una novena de San José (así como Romero murió celebrando misa). Romero se dio cuenta, y de alguna manera se dejó impactar por el ejemplo.
Romero y Rutilio: ¿amigos, un par extraño, representantes de modelos enfrentados de Iglesia, profetas asociados, o ejemplar e imitador? Puede ser que cada uno de estos esquemas nos lleve un poco más cerca a la verdad sobre estos dos hombres que la Iglesia ahora propone como modelos de santidad.

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