“El Gran Amén” de Peter Bridgman |
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El anuncio de la aprobación del martirio del P. Rutilio Grande ha puesto en relieve la amistad entre este nuevo personaje que va rumbo a los altares y el más famoso mártir salvadoreño San
Óscar Romero. Los dos eran amigos, y el martirio del ahora venerable P. Grande en
1977 ha llegado a ser visto como el detonante para el martirio de san Romero tres
años después. En esta nota veremos que la verdad es una historia de varias
capas, que envuelven el misterio de la enigmática amistad entre un obispo
conservador y un cura ‘progre’.
La primera toma de la relación entre Romero y Grande viene a través de
fuentes como la película “Romero” (1989) en cual el asesinato del sacerdote conmueve
tanto al arzobispo que le provoca una “conversión” en su manera de analizar la
realidad salvadoreña y lo conduce a su propio martirio. “Es imposible
comprender a Romero sin comprender a Rutilio Grande”, afirma monseñor
Vincenzo Paglia, el arzobispo postulador romano de la causa de canonización de
Romero. Si bien la mayoría de los conocedores del tema consideran que es una
exageración decir que la muerte de Grande fue el único factor en la
“conversión” de Romero, casi todos reconocen que el asesinato dio un gran impulso
a un proceso que ya venía en desarrollo desde muchos años. Como mínimo, le
ayudó a Romero reconocer la injusticia de la represión cuando le cayó sobre un
sacerdote que conocía y que difícilmente se podía acusar de haber provocado la
violencia o haber merecido una muerte tan brutal.
“No podemos imaginar al Padre Grande”, dijo Romero a seis meses
de su muerte, “odiando, pidiendo venganza, azuzando a la violencia, como se
le calumnió. El que lo conoció sabe que aquel corazón era imposible para estos
sentimientos de odio, que los vulgares asesinos se pueden imaginar y lo
imaginan, en su corazón de sacerdote y de apóstol”. (Homilía del 1 de noviembre de 1977.)
Una segunda forma de analizar la relación entre Romero y Grande es desde
el punto de vista interpersonal: dos seres humanos y su amistad. Pero como “La Pareja
Extraña” de la obra teatral de Neil Simon, Romero y Grande nos parecen
personajes que no deberían ser amigos. Esto es el misterio central de su
amistad: Romero se llevó bien con Grande precisamente en un momento en que se
enajenó del clero joven progresista en San Salvador, a principios de la década
de los 70, y que se enemistó con los jesuitas (Grande era jesuita). El P.
Rodolfo Cardenal, SJ, historiador de la causa de beatificación del P. Grande,
admite que “no hay muchos datos sobre el desarrollo de la amistad”. Por
ende, no se sabe con precisión cómo se conocieron, que cosas tenían en común, y
qué fue lo que los unía: “Pero hay evidencia de que [su amistad] era
fuerte y profunda”.
En su libro, Rutilio Grande: A Table for All (“Rutilio Grande: Una Mesa Para Todos”), Rhina
Guidos presenta a Rutilio y Romero como dos caras de una moneda en cuanto a la
Iglesia se refiere. Encarnan a cabalidad las dos corrientes en conflicto en la
Iglesia Latinoamericana después del Concilio Vaticano Segundo: Rutilio con su
visión amplia y reformista, y Romero con un acercamiento apegado a la jerarquía
y la tradición. Sin embargo, el honor, el amor a la Iglesia y la verdadera
fidelidad (siendo verdaderamente amigos) los mantiene unidos como a Pironio y Quarracino en Argentina.
Dice José Inocencio "Chencho" Alas, exsacerdote salvadoreño
que los conoció a los dos: “El P. Rutilio no tenía barreras ideológicas, con
todos era amable y servicial. Era un pastor al igual que San Óscar”.
Un tercer vistazo trata de explicar la relación Romero-Rutilio desde un
punto de vista psicológico. Lo explica el P. Cardenal: “Se conocieron en el
seminario, cuando los dos pasaban por malos momentos”. Era 1967, y Romero
había sido nombrado tanto monseñor como secretario de la conferencia episcopal,
trasladado de su provincia natal San Miguel después de veinte años ahí
trabajando, a trabajar en la capital San Salvador donde no tenía aliados. El P.
Grande le encuentra un lugar en el seminario, operado por los jesuitas, en cual
Grande se estaba posicionando para ser el rector. Romero es nombrado obispo y
le pide a Grande organizar la ceremonia de ordenación, cosa que hace con tanta
atención a los detalles, que Romero, un infame detallista, queda eternamente impresionado.
“En momentos muy culminantes de mi vida él estuvo muy cerca de mí y esos
gestos jamás se olvidan”, recordaría Romero en sus funerales. (Hom. 14-mar.-1977.)
Sin embargo, Grande provoca al establecimiento con una homilía atrevida
y pierde el favor para ser rector, mientras que Romero como obispo auxiliar también
encuentra conflictos en su trabajo. Romero termina obispo de un área rural, y
Grande pastor de una parroquia marginal. La generosidad de Grande con Romero y
la mutua adversidad parece haber ligado a los dos clérigos, y tal vez también
la similitud entre Grande y un amigo de la juventud de Romero, Mons. Rafael Valladares, quien también falleció antes de
cumplir los 50 años (Valladares vivió a los 48 y Grande a los 49).
Una cuarta lectura, más espiritual pero relacionada a la primera, es la
que ve a Grande como un profeta precursor de Romero—se ha hablado de Grande
como Juan el Bautista, que anuncia la venida de uno aún más grande que él. El
Papa Francisco también habla en términos espirituales cuando se refiere a
Romero como “el primer milagro de Rutilio Grande”. El Cardenal Ángelo
Amato, ex prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, al
beatificar a Romero presentó a los dos mártires como integrantes de un
ministerio compartido: después del asesinato de Grande en 1977, “los
campesinos estaban ahora huérfanos de su padre bueno y Romero quiso tomar su
puesto”. (Homilía, Beatificación, 23 de mayo
del 2015.) Romero
agarra el lugar de Grande para sustituirlo como el ‘Padre de los Campesinos’.
Es una idea que encuentra expresión entre los fieles salvadoreños, que han
asegurado escuchar el mismo tono profético de Grande en la prédica de Romero
desde que comenzó a denunciar el asesinato. De todos modos, se supone una
relación teológica, no solo de causa y efecto en el plano humano, sino
que en el encuentro entre el actuar de los hombres y la providencia de Dios.
Finalmente, una quinta vista a la relación entre el P. Grande y el arzobispo
Romero se basa en la primera lectura, pero la modifica según la demás
información para lograr un análisis integral de los hechos: Sí---Rutilio Grande
empujó a mons. Romero a la conversión, pero lo hizo desde antes de su
asesinato. O sea, no fue solo la muerte de Rutilio que inspiró a Romero,
sino también su vida. De hecho, Rutilio también sufrió su propia
“conversión”, dejando la comodidad del seminario para sumergirse en la vida y
la causa de los pobres. El mismo Papa Francisco destaca esa opción: “Dejó el centro para ir a las
periferias. Fue un grande”. Rutilio también se radicalizó, cosa que se evidencia
en su estilo de predicar a través de los años. Pero nunca se apartó de su misión sumamente
eclesial: murió en ruta a hacer una novena de San José (así como Romero murió
celebrando misa). Romero se dio cuenta, y de alguna manera se dejó impactar por
el ejemplo.
Romero y Rutilio: ¿amigos, un par extraño, representantes de modelos
enfrentados de Iglesia, profetas asociados, o ejemplar e imitador? Puede ser
que cada uno de estos esquemas nos lleve un poco más cerca a la verdad sobre
estos dos hombres que la Iglesia ahora propone como modelos de santidad.
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