Recibiendo Honoris Causa de Georgetown.
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San Óscar
Arnulfo Romero supo reducir la alta mística del Doctor de la Iglesia San Juan
de la Cruz (1542 – 1591) a un nivel comprensible para campesinos.
En una homilía el 13
de noviembre de 1977, Romero incorporó el simbolismo del “Cántico espiritual” del místico español para explicar el anhelo de la Iglesia de ser
reunificada a su Señor. “Esta Iglesia,
como la esposa que tiene lejos a su esposo, suspira por él”, dijo Romero. Sin
citar capítulo y versículo, tomó prestado el emblema literario de una esposa
que extraña a su esposo lejano que expresa San Juan en su “Cántico”. Otras
veces, Romero citó una frase favorita del poeta y santo, “A la tarde de la vida te examinarán en el amor”. Romero presentaba
a San Juan de la Cruz no como un erudito elevado, sino como alguien que nos
habla del amor.
Ahora que San
Romero ha sido propuesto para posible consideración como un futuro Doctor de la
Iglesia, el ejemplo de San Juan de la Cruz nos ofrece tres puntos de partida
para el camino que falta recorrer.
La primera
consideración es sobre el mensaje de un Doctor de la Iglesia para nuestro
tiempo. “El Doctorado es un honor inusual”,
escribió
John Howley en 1927, el año después de que el reconocimiento del
místico español fue otorgado. “Es casi una nueva canonización, ya que es
el reconocimiento de alguien que no solo ha edificado a la Iglesia por su vida
y labor, sino que ha instruido a la Iglesia Universal”.
Howley propuso
que el doctorado de San Juan completaba y complementaba otras instrucciones
emitidas por la Iglesia. “Así como el doctorado de San Alfonso Liguori
formó la contraparte de las condenas papales del rigorismo y el laxismo en la
moral, el doctorado de San Juan de la Cruz completa las censuras papales del
quietismo y el falso misticismo”, argumentaba Howley. “La Iglesia no solo condena el error, sino que también indica guías
seguras”.
Más
recientemente, el Papa Juan Pablo II explicó como la “Noche oscura” de San Juan
nos ayuda a entender las oscuridades de la modernidad. “Nuestra
época”, escribió el pontífice polaco, “ha
vivido momentos dramáticos en los que el silencio o ausencia de Dios, la
experiencia de calamidades y sufrimientos, como las guerras o el mismo
holocausto de tantos seres inocentes, han hecho comprender mejor esta
expresión, dándole además un carácter de experiencia colectiva, aplicada a la
realidad misma de la vida y no sólo a una fase del camino espiritual”. (Carta
Apostólica «Maestro en la fe», 14 de
diciembre de 1990.)
Pero—¿podríamos decir
algo similar para justificar el doctorado de San Romero? El actual Arzobispo de San Salvador, Mons.
José Luis Escobar Alas, comenzó a articular el argumento cuando pidió al Papa Francisco, durante una audiencia el día después de la canonización, “autorizar la apertura del debido proceso
para que San Óscar Arnulfo Romero sea declarado Doctor de la Iglesia”. Mons. Escobar sostuvo que “su valiosísimo magisterio y su testimonio de
vida será un faro de luz que iluminará el mundo actual, que tristemente padece
oscuridad; por una parte, falta de fe, y por otra, graves injusticias sociales
que causan gravísimas violaciones de los derechos humanos y de la dignidad de
las personas”.
“Se podría argumentar”, dijo el P. Steven
Payne en una presentación en la Universidad de Notre Dame, Indiana en marzo de
este año, “que Óscar Romero es
precisamente el nuevo tipo de ‘doctor’ que necesitamos con mayor urgencia en la
actualidad, uno cuya ‘eminencia doctrinal’ surge de la solidaridad con los que
no tienen voz; por lo tanto, reconocerlo de esta manera sería una ‘opción
preferencial’ por la autoridad magisterial de los pobres y marginados”.
En este sentido,
la apertura de un proceso de doctorado para Romero podría operar, al menos al
principio, como una “medida cautelar”, para enfatizar la importancia de sus enseñanzas
y asegurar que sus advertencias sean acatadas por toda la Iglesia y puestas en
vigor. Existe el peligro de que, siendo
habido canonizado como un mártir, se resalte tanto su muerte martirial que se
descuide el contenido de su mensaje profético.
La causa doctoral conserva y consagra ese mensaje, con la expectativa de
que Romero reunirá eventualmente todos los elementos para la proclamación formal.
Por otro lado,
un doctorado para Romero podría ser el “contra-punto” a las instrucciones
emitidas por el Vaticano sobre la Teología de la Liberación, la censura del P.
Jon Sobrino, y la pieza acompañante sobre la implementación del Concilio
Vaticano II, el magisterio de CELAM en sus documentos de Medellín, Puebla, y
Aparecida, y una pauta sobre el rol de los obispos según la Exhortación
Apostólica «Pastores Gregis»,
entre otras.
Una segunda
consideración que se desprende del caso de San Juan de la Cruz es como el
proceso de reconocer a un nuevo Doctor de la Iglesia es un proyecto a largo
plazo. Para ilustrar, San Juan falleció
en 1591. Fue beatificado 84 años
después, en 1675. (En comparación, Mons.
Romero fue beatificado 35 años después de su muerte.) San Juan de la Cruz fue canonizado en 1726—51
años después de su beatificación. (Mons.
Romero fue canonizado 3 años después de su beatificación.) Habiendo esperado 135 años desde su muerte a
su canonización, San Juan de la Cruz tuvo que esperar 200 años más para ser
declarado Doctor de la Iglesia. ¡Según
estos tiempos, no esperaríamos ver a un Romero doctor antes que el año 2315! (Pero ojo: el argumento de “urgencia” podría
acortar la espera.)
¿Por qué se
requiere tanto tiempo para obtener esta declaración? Rowley nos recuerda que el proceso exige “el cumplimiento de tres condiciones:
santidad eminente, doctrina eminente y la solemne declaración del Romano
Pontífice”. La santidad de Romero
está comprobada porque ya ha sido canonizado, pero se requiere un poquito más:
santidad eminente; es decir, que
resalte aún entre los otros santos. Sin
embargo, la verdadera demora consiste en comprobar el segundo requisito: doctrina eminente. Como explica el P. Payne: sus enseñanzas “deben haber ejercido una influencia
considerable en el pensamiento de la iglesia” durante un período de tiempo apreciable, y su doctrina debe tener
tanto una relevancia pastoral contemporánea como un valor perenne.
El proceso se
compara a la fotografía de larga exposición: no se trata de algo que se puede
medir en un dado momento en la historia, sino que requiere como insumos,
mediciones desde distintos tiempos. Por
ende, tenemos que conformarnos con que probablemente no veremos el resultado
final del proceso, y como dice la famosa oración de Romero, en este caso, “seamos profetas de un futuro que no es
nuestro”.
La tercera y
última consideración que derivamos del caso de San Juan de la Cruz fluye de la
anterior. Si bien estamos delante de un proyecto de largo plazo, ¿qué podríamos
lograr hoy por hoy? Pareciera
aconsejable buscar, durante el actual
pontificado, algún tipo de «Nihil
Obstat», posiblemente de la Congregación para la Doctrina de la Fe—o tal
vez la CDF en conjunto con la Congregación para las Causas de los
Santos—declarando que hay vía libre para trabajar el caso de San Romero Doctor
de la Iglesia. Esto es porque nunca ha habido un mártir que ha sido
declarado doctor, y varios estudiosos
consideran que no se puede dar.
Tal vez valdría
la pena hasta elaborar una “Positio”
sobre solo ese tema y tratar de resolver la cuestión previa durante el
pontificado del Papa Francisco, que podría ser más favorable que otros futuros
pontificados concebibles. Ya sembrada la
semilla, se puede volver sencillamente una profecía autocumplida; una cuestión
de tiempo obtener la eventual proclamación. También el interrogatorio inicial
podría ser planteado como un “dubium”
firmado por algunos eminentes prelados o hasta el propio CELAM, pidiendo, con
argumentos favorables incluidos, si San Romero puede ser propuesto para Doctor
no obstante el hecho de ser un mártir.
* * *
Una de las por
menos cinco ocasiones en que San Óscar Romero citó a San Juan de la Cruz durante
los tres años de su arzobispado fue en el funeral del
P. Octavio Ortiz el 21 de enero de 1979, en que expuso:
la
figura de este mundo pasa y sólo queda la alegría de haber usado este mundo
para haber impulsado allí el reino de Dios. Pasarán por la figura del mundo
todos los boatos, todos los triunfos, todos los capitalismos egoístas, todos
los falsos éxitos de la vida. Todo eso pasa, lo que no pasa es el amor, el
haber convertido en servicio de los demás el dinero, los haberes, el servicio
de la profesión, el haber tenido la dicha de compartir y de sentir hermanos a
todos los hombres. ¡En la tarde de la
vida te juzgarán por el amor!
Sancti
Ioannes a Cruce et Ansgarium Arnolfum Romero, orate pro nobis!
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